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43 Bromas sobre el vino 
Autor: Carlos Andrés

Cap. 36: TABACO Y VINO XIMÉNEZ

No me mandéis describir el encanto de la ensoñación 
o del éxtasis contemplativo 
en el que nos transporta el humo
 de nuestros cigarros"

Jules Sandeau, novelista.

¡Cierto!, las relaciones entre los placeres del humo y del vino han sido siempre lo suficientemente controvertidas para pensarse dos veces la conjunción a situar entre tabaco y vino. Hemos elegido la copulativa, con rabioso regodeo de conversos de vuelta al placer del tabaco.

Reconocemos que entre las prohibiciones que afectan a una sala de degustación está la de fumar, pues es evidente que en un ambiente saturado de humo es imposible degustar o catar un vino: también que el humo, incluso ligero, interfiere en la percepción de los vinos, y es muy probable que un cigarrillo fumado antes de una sesión de degustación pueda condicionar al catador. Sin embargo, la pregunta relevante para nosotros los hedonistas ("los puercos de la piara de Epicuro") es: ¿modifica a la larga el tabaco la capacidad gustativa y olfativa del fumador?.

Se dice que el peor defecto de un catador es ser fumador, lo que podría interpretarse como una respuesta afirmativa a la anterior pregunta. Sin embargo no es suficiente un "se dice" para dar por zanjada la respuesta para quienes estamos interesados a sacar tanto placer del tabaco como del vino. Aunque en principio podría pensarse que el sabor intenso del tabaco, el hecho de que el humo impregna las telas y sus supuestos efectos nocivos sobre el olfato, son razones suficientes para justificar este hecho, habría que remitirse a las correspondientes pruebas para determinar el grado en que el humo del tabaco afecta a largo plazo al sentido del gusto de las personas.

No parece que sea el caso del escritor Cabrera Infante, fumador empedernido de puros, quien en una entrevista publicada en Ronda, la revista de los pasajeros de Iberia, de julio del 98, declara: "Los puros después del almuerzo y de la cena son siempre dominicanos, suaves Sosas hechos por la familia de Miriam en Miami. Mi bebida es el agua; soy un catador que puede distinguir entre un agua de las montañas de Escocia y un vaso de Lanjarón. No bebo agua por virtud ni como remedio, sino porque me gusta.". Dada la baja intensidad sápida del agua, hay que reconocer que, al menos en el caso de este escritor, el tabaco no afecta a su gusto.

Pero aunque afectara, no sería razón suficiente para que renunciáramos al placer del tabaco. Y cuando me refiero al placer pienso, en el placer olfativo y gustativo de saborear el humo del tabaco, especialmente de los cigarros, y no al placer de tragar (por inhalar) el humo, salvo para quienes les llegue la pituitaria hasta los pulmones.

Hemos hablado de la compatibilidad de los muy elegantes vicios de fumar y beber, pero no de la de tabaco y vino. Tomando como referencia los cigarros (puros o de mezcla, pero sin papel, y, preferiblemente, liados a mano), creemos que el acompañamiento ideal son los vinos rancios y, en especial, los de Jerez: oloroso, cream y Pedro Ximénez. En concreto, dependiendo del cuerpo del cigarro, que viene indicado por su color -claro (ligero), colorado (de medio cuerpo), maduro (con cuerpo)-, e incluso de la parte del cigarro que se está fumando (primer, segundo o último tercio), nosotros preferimos, respectivamente, el oloroso seco, el cream semi o el dulcísimo Pedro Ximénez.

Una vez más, es el Jerez el vino que nos saca del agujero de los maridajes imposibles y nos transporta al de los perfectos, como en el caso de gazpacho, espárragos, chocolate, vainilla, etc.

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